ME TRASLADO. NUEVA PÁGINA

•noviembre 27, 2011 • Deja un comentario

Queridos amigos y visitantes:
Ya no atenderé este blog. Todo lo que contiene y lo que hipotéticamente pudo contener lo he trasladado a mi página forega.net
Desde allí os saludo a todos.

Vladimír Holan: la pasión de resistir

•octubre 17, 2011 • 2 comentarios

Vladimír Holan en 1950

Cuando en 1983 visitaba Checoslovaquia por primera vez, llevaba como carta de presentación una vaga idea de la efervescencia literaria checa (no estoy en condiciones de referirme a la eslovaca). La naturaleza checa (y sólo la naturaleza, pues su estudio debe encuadrarse en ámbito cultural distinto) de Rilke, Kafka y Kish, unos versos sueltos de Vladimír Holan hojeados en edición antológica de Clara Janés y algunas notas críticas de Angelo María Ripellino, además de su Praga mágica, constituían todo mi bagage de conocimientos -por otra parte adormecidos- sobre el quehacer literario de aquel país (añádase, aunque con escasa intención, la lectura en edición francesa de Las aventuras del bravo soldado Šveik, prosa satírica y esperpéntica del gran maestro Hásek.

Mi viaje no estuvo motivado por el exotismo y la malsana curiosidad occidentales, pero tampoco por un interés específicamente literario. Seguir leyendo ‘Vladimír Holan: la pasión de resistir’

«Presa»: un poema para juicio

•septiembre 2, 2011 • Deja un comentario

(c) Bridgena Barnard

PRESA

Como en otro tiempo el bosque,
en su enramada, en su contraluz,
en sus trinos, en la voz de las bestias,
en el oscuro ocaso que precede a su misterio,
en su noche horrorizante hasta el alba,
cuando el audible silencio de la aurora señala
el final de la muerte y el comienzo de la vida,
de ese modo acogiste al peregrino del abismo,
un solitario ser deambulante, un espectro
semejante a las larvas habitando incomprensibles
el hastío del desierto.

Quería yo encontrar la huella borrada de lo efímero,
desandar la abulia del verbo repetido,
dar con lo escaso, con lo mínimo intenso,
ser, como el guepardo, veloz en cada paso
y breve en cada duda; pero sin saber cuál era mi presa.

Vivir con tanta incertidumbre
es como no borrar lo escrito sobre lo imposible,
hacerse sin hacerse, nacer para cuándo morir,
dar a luz la certeza de la insaciable,
huirla pero buscarla, ser feliz o ser consciente…

Y ya, después de tantos años,
creo saber que la presa soy yo;
soy —sospecho— la víctima del Otro.
Mientras dure esa evidencia atroz,
mientras el horror me acecha como nocturna rapaz,
recógeme en tu selva
y lame mis heridas tú —sólo tú—.

Una pequeña dosis de De Cuenca: el instante del instinto.

•agosto 5, 2011 • Deja un comentario

Luis Alberto de Cuenca por José del Río Mons. Ilustra sus "Diez poemas y cinco prosas" (Zaragoza, Lola Editorial, 2004. Colección "Libros de Berna")

«Pasión, muerte y resurrección de Propercio de Asís» es un poema habitando Elsinore, como lo es «Germania victrix», o «South Wabash Avenue» y «El crepúsculo sorprende a Roberto Alcázar en Charlotte Amalie». Desde 1972, ¿sería exagerado decir que, de lo que atañe a la poesía española de los últimos treinta años, «todo está en los libros» de Luis Alberto de Cuenca? Seguir leyendo ‘Una pequeña dosis de De Cuenca: el instante del instinto.’

Función de la mitología en los sonetos de Góngora

•junio 22, 2011 • Deja un comentario

Luis de Góngora y Argote: Réplica de Ángel Aransay sobre el retrato original de Velázaquez.

 

 

España, Góngora y el barroco

La búsqueda sistemática del movimiento constituye la esencia misma del gusto barroco. *El hombre jamás es tan parecido a sí mismo como cuando está en movimiento+, escribió Bernini. Góngora (1561-1627) vivió a caballo entre el renacimiento y el barroco hispanos. Su primer soneto es de 1582 y el primero impreso, de 1584. Pueden, por tanto, rastrearse influencias renacentistas italianas en su primera época: Petrarca, Torcuato y Bernardo Tasso, y españolas: Herrera, Garcilaso, Luis Carrillo y Sotomayor… Pero el estilo auténticamente personal de Góngora (que ya apunta en el magnífico soneto «A Córdoba») encara hacia el gusto genuino del barroco: «El barroco es también arte de espectáculo y de ostentación. La preocupación por la decoración supera a la preocupación por la construcción»[1]. Por otro lado, en los decorados teatrales, en los arcos de triunfo provisionales para las llegadas de soberanos, en los catafalcos y en las pompas fúnebres, es donde mejor brillan la imaginación y el virtuosismo de los artistas. Bailes de corte, pastorales dramáticas, tragicomedias, participan del gusto de la época por sus propios asuntos. Sus autores se complacen en intrigas complicadas, donde metamorfosis y disfraces desempeñan un papel esencial, y  no retroceden ni ante la Seguir leyendo ‘Función de la mitología en los sonetos de Góngora’

Adolfo Burriel: «Colores desunidos»

•junio 4, 2011 • Deja un comentario

Cualquier propuesta crítica sobre un texto es el resultado de su lectura. Enuncio esta perogrullesca afirmación por dos razones: una, porque no siempre resulta ser así, pues más de una vez nos hemos encontrado con redacciones críticas sobre un libro que nada decían del libro. Hay gente atrevida por ahí que elabora plantillas exegéticas capaces de adaptarse a un género o incluso a varios y las aplican a cualquier variante, lo mismo a un roto que a un descosido. Seguir leyendo ‘Adolfo Burriel: «Colores desunidos»’

José Luis Corral: «Historia contada de Aragón»

•abril 12, 2011 • Deja un comentario

«Vivir es haber vivido». Así de rotundo, sin otro matiz, expresa André Gide su concluyente enunciado. Lo dice sin duda convencido de algo que para todos nosotros resulta, cuando menos,  aceptable, y lo dice, además, con un propósito que todos debemos entender, no otro que el que nuestra vida no sería casi nada sin la memoria, sin nuestra memoria. Son los recuerdos los que nos hacen, los que nos forman, los que nos personalizan, jalones donde anclarnos, donde hacer un descansillo y continuar sin prisa hacia el horizonte final que nos espera. Haber vivido es disponer de todo aquello que constituye lo que verdaderamente ha de significarse como nuestra vida vivida. Gide lo dice desde un plano puramente individual. Sin embargo, todos nosotros, como tales individuos, Seguir leyendo ‘José Luis Corral: «Historia contada de Aragón»’

Mis «333 días»: me explico.

•marzo 30, 2011 • Deja un comentario

 

Siempre pensé que la poesía era un género nómada. Sabemos que existe, pero ¿dónde se encuentra? Deambula, torna y vuelve. Por eso jamás creí en ese argumento reflexivo de las “poéticas” que tanto gusta incluir en las antologías: un perfil del sí mismo, una definición estética de las hechuras literarias, me parece a mí imposible porque las hace fijarse, sujetarse a no sé qué palo como una mula a su torno.
Sí, en cambio, he creído siempre en el azar que rige nuestra vida, en ese albur no tan fatal como Roma quiso ver para inventarse el derecho, las leyes, rindiendo así pleitesía a la razón en contra del acaso; es para mí igualmente válido el azar del subconsciente, ese revelador concepto de criptomnesia que definió Carl Gustav Jung y que, del mismo modo que el azar práctico en la vida, actúa como azar puro en nuestro cerebro. Todo esto es lo que puedo decir, como mucho, en torno al trabajo creativo. Para mí es más cierta esta afirmación por cuanto todo lo que digo es siempre coyuntural, transitorio; sirve para hoy, para este libro; pero no tengo la certeza de si diré lo mismo o algo muy distinto en el futuro, del mismo modo que no sé si dije en el pasado algo aproximado o diferente a lo que digo hoy. Sí estoy seguro de una cosa: que todos los análisis que me he atrevido a volcar sobre mis propios textos han sido siempre posteriores a su escritura. En diversas ocasiones he presupuesto un esquema temático. Lo hice con He roto el mar y con Un infierno de salvac(c)ión… Sin embargo, también en estos casos los contenidos se impusieron previamente y decidí tirar del hilo a ver qué pasaba, y, en esos casos, pasó.
333 días ha seguido el mismo esquema ensayístico; es decir, que surgió como una tentativa más entre otras que se quedaron sin concluir, y así podría haberle sucedido, pero no ocurrió; antes al contrario, cada día era capaz de escribir cuando menos un texto y hubo días que escribí ¡hasta cinco! Todo un éxito para mí, pues podía incluso desechar unos cuantos, como así hice en cada uno de estos casos. En 2003 (año en que este libro fue escrito) habían pasado ya trece años sin escribir ni un solo poema, al menos un texto que pudiera cifrarse así. Todos los intentos fracasaron (no incluyo en este ciclo yermo mi libro Berna, escrito entre 1996 y 1997, porque ese texto representa una herida sangrando espontáneamente del corazón). Yo quería hacerle sitio a la plenitud y, aunque no estoy seguro de saber hilvanar este discurso de la totalidad, creo que estoy en condiciones de confesar que 333 días ha logrado reunir varias de las obsesiones que me inundan de dudas y desacomodo, y es esta reunión en un solo texto, escrito en tan poco tiempo, lo que representa para mí una desembocadura plena, llena, abarrotada de necesidad personal. Sobre todas ellas gira el paisaje como asunto central, pero hay amor, y desamor, y memoria, mucha memoria, paso por el tiempo; hay dudas, y dudas sobre el nombre y lo que se nombra, y para qué se nombra, y por qué, y hay muerte y multiplicidad de egos auténticos e impostores, y pesimismo, y miedo, y hasta olvido. Cuestiones todas cuya presencia he advertido a posteriori y que, desde luego, nunca me propuse conscientemente revelar. He seguido un trayecto formal imperativo en la medida en que un  ochenta por ciento de la redacción original no ha sufrido correcciones. Se presenta prístina, como idealmente propugnó el más radical romanticismo. Es necesario, por lo tanto, que las ojeadas sobre el libro se echen considerando estos aspectos; pero, claro, esto es una guía básica. Porque también se pueden arrojar miradas que vean desde la perspectiva del Otro y de los Otros, del y de los que están fueran de uno mismo. Escribió Rimbaud iluminadamente para explicarlo el sintagma Je est un autre (“yo es otro”); a mí se me ocurre que ese mismo sintagma, siendo actualísimo, podría expresarse más bien en plural y decir Je sont uns autres; “yo son otros”, y, en efecto, creo que lo soy, o que lo somos, y es ésta otra buena pista para leer. Suelo olvidarme de muchas cosas; la memoria resulta para mí una auténtica tortura, sobre todo cuando lanzo el señuelo del recuerdo y no pesco nada. Diré, siguiendo este mismo hilo, que en la década de los ochenta me embebí de Gracián, de Schopenhauer, de Stirner, de Bataille, de Blanchot… y recuerdo muy pocas cosas de ellos; sin embargo, he podido constatar su presencia en esos 333 días; su presencia no sólo formal, sino ontólogica también, su ser traspasado haciéndose un hueco en mi escritura, y lo digo ahora desde la posición del Hombre, desde la Razón que impone la antropología de la palabra como la más acabada forma de sí misma, de su valor moral en el mejor sentido del término, algo ya dicho por mi tocayo Kant, pero al que someto en buena parte a una lectura de Hegel. Baudelaire y Wilde me parecen a mí cimas teóricas, cuando teorizan. Lo Sublime y lo Absoluto (que son analogías estéticas) como objetivo de la creación son, a mi juicio, dignas causas que todo poeta, escritor, artista… debe perseguir. De ello quiero modestamente participar. Así lo veo, así lo entiendo, y así quiero también que me veáis; aunque hacedlo cuando me observéis investido con los atributos que he robado recientemente a Walter Benjamin: En una mano, el caduceo social; el martillo de la producción poética y su uso común en la otra, golpeando iniquidades intelectuales y mellando los cascabeles de sus asnos.

Una antigua reseña sobre Alfredo Saldaña: «La arquitectura de las ruinas»

•enero 21, 2011 • Deja un comentario

 
 

 

Fotografía: Columna Villarroya

Cuando escribí este comentario impreso en el desaparecido periódico El Día de Zaragoza, el libro del que da cuenta era un proyecto todavía, unos folios. Fragmentos para una arquitectura de las ruinas, vio finalmente la luz en 1989, en la colección «La Gruta de las Palabras» de Prensas Universitarias de Zaragoza. Alfredo Saldaña era todavía entonces un magnífico diseño del excelente poeta que es hoy.

 

La arquitectura de las ruinas

Alfredo Saldaña (Toledo, 1962), zaragozano de adopción, me sorprendió muy gratamente por primera vez una tarde en que como espurio rapsoda declamó versos propios en un garito cuyo alter ego respondía homónimamente al nombre de una revista (Druida) de digna y brevísima vida. En este cadáver que es Zaragoza, putrefacto, maloliente, sin visos de resucitar y, lo que es peor, a quien nadie es ya capaz de embalsamar, resulta gratificante encontrar entre sus despojos una joya con toda seguridad echada en el olvido por la ignorancia e incompetencia de aquellos tasadores más afectos al relumbrón de la circonita que al penetrante esplendor de un diamante oscurecido por el polvo. No diré todos, pues A. Guinda lo incluyó en sus Placeres permitidos (Zaragoza, Olifante, 1987) con el criterio inteligente que distingue al único acreedor literario de esta ciudad en los últimos años. Hace unos días y por diversas circunstancias que no explicaré, cayó en mis manos un conjunto inédito de poemas (perteneciente, no obstante, al bloque Fragmentos para una arquitectura de las ruinas, según reza el pie). De inequívocos ecos culturalistas del cuño de José María Álvarez (anunciados en su (in)cipiente entrega de los Placeres…), recurre a la ya extendida costumbre de recrear un vago entorno histórico de sabor renacentista con referentes apócrifos o verídicos; los suaves deslizamientos eróticos dan cuerpo al deseo de amor, y al deseo, y al amor. Éste, cuando encuentra un marco expresivo estrictamente conceptual, se aproxima, azarosamente pienso, a las propuestas de Gala («se destruye lo que más se ama») y aun al trueque de Frömm («el odio es un deseo apasionado de destrucción»); con más fortuna todavía no se aleja del equilibrista postulado de Schopenhauer: amor como óptima complementación de los contrarios. El heroísmo, con alguna reminiscencia de Vallejo, acude al emblema del epónimo beligerante, aunque batido en su combate contra un incógnito, si bien intuido, enemigo: de nuevo el antecedente romántico co-ordena y coordina la agresión del orbe.Todo lector habrá advertido que algunos de estos rasgos han sido ya desgastados por los que con escasa fortuna se han venido a llamar «novísimos» et alia, pero sería injusto soslayar el desmarque de Saldaña, que con inteligencia y pericia ha huido del tufillo kavafiano, de la digna sodomía y del arrastre de Luis Cernuda. Además de esto, su originalidad se apoya en el báculo de una exquisita elegancia en el decir, una rara fluidez en la escritura, más extraña todavía cuando, como en su caso, se adivina una escrupulosa elaboración de los poemas, una cuidada búsqueda verbal que les otorga la suave delicadeza que dimanan, una sutil rima interna que les confiere esa musicalidad hoy poco frecuente. La fluidez, ciertamente, tiene un ritmo más prosístico (otros rasgos, además de éste, lo introducen en la corriente postmodernista) que versicular, pero deja tras la lectura el regusto de la cadencia del verso. Saldaña logra concertar la unidad formal con la unidad de contenido, alcanza bellísimos destellos porque en su frente brilla aquello que los krausistas llamaron «el rayo del genio»; puede, por lo tanto, recoger, y al recoger amalgamar, el lazo que identifica realidad y misterio y ofrecer como producto de su arcana gestación algo que sublima nuestras emociones y las recrea. Tenemos en Alfredo Saldaña a un poeta de altura. Ya lo veréis.

(1988) 

 

Unas cuantas notas biográficas de Mariano José de Larra*

•octubre 29, 2010 • Deja un comentario

 

*Este artículo apareció por primera vez en el número 2 de la revista Imán (Zaragoza, noviembre 2009, págs. 11-16) de la Asociación Aragonesa de Escritores, como contribución a la memoria del bicentenario de su nacimiento.

 

Larra pintado por Madrazo

 

Poeta mediocre, dramaturgo de andar por casa, novelista imitador y sin traza, Mariano José de Larra y Sánchez de Castro remitió a Fígaro, sin embargo, su rúbrica periodística más célebre y mejor pagada (la mejor pagada, desde luego; como ni siquiera hoy podríamos imaginar que lo fuera: 50.000 reales[1] de 1836 por cincuenta artículos anuales en condiciones de exclusividad para El Español) y, a través de ella, izó a categoría literaria un periodismo ácido, regenerador, moderno, consciente de su valor y adepto a la verdad; valiente, temerario a veces y hondamente preocupado por la regeneración Seguir leyendo ‘Unas cuantas notas biográficas de Mariano José de Larra*’