Ángel Sobreviela: «Epístola desde Cimeria»

PORTADA ÁNGEL SOBREVIELA

Ángel Sobreviela (habría sido magnífico –y espectacular- que en su apellido figurase una ‘u’ en vez de esa ‘i’) nos ha entregado un texto más que interesante. Un poema en prosa –dice él- y dice bien, aunque en esto de los géneros híbridos no tengo yo todavía muy claras las cosas; me pierdo –sin ser valeryniano- en las nomenclaturas arrastrado por el más puro Valéry, en los laberintos de la modernidad francesa siendo perceptiblemente adepto a ella, en esas esplendides villes de Rimbaud de quien Gimferrer ha dicho que sólo puede leerse en francés (por cierto, lo mismo que dijo Valéry de su Monsieur Teste, aunque Paul fue más allá y afirmó que su Teste no podría ser traducido ni siquiera al francés). Me extravío también en este nuevo cauce arrollador y desbordante del todo vale con tal de figurar en algún capitel nominal, esas interminables filas en las que todos, con muy mala educación, quieren colarse para llegar primeros a la ventanilla de un registro ambiguo y cuyos datos no se sabe dónde acabarán: si en la carpeta del registrador o en la caldera de la calefacción del registrador (¡cuánta contaminación innecesaria!). Pero, claro, uno que lee (y me apresuro a advertir que voy a ser del todo impertinentemente petulante) lo que no parece –sólo parece- leer los demás; que lee lo que no está dicho aún y lo que pudo ser dicho y no se dijo por coyunturas espurias; que manifiesta íntima y públicamente su horror por las mediaciones mercantiles, por la presión bipolar de la cutre intelectualidad española y no calla que desde hace años, demasiados, todo son shows dictados por los guiones de los encartes “literarios” (léanse, léanse, si no, aunque a veces acierten), por la orientación estético-moral de algunas firmas que, ya demasiado jóvenes, permanecen en los semanales como precoces cadáveres emulando al abuelo caníbal de La matanza de Texas, o se arrojan, atril en ristre, a las mesas de los telediarios, debe decir, al menos de vez en cuando, que existen otros paraísos y que otro mundo es posible. Felizmente nos quedan los blogs, que nos dan de leer y producen un sanísimo insomnio.

Uno –decía- que lee esto y, sobre todo, aquello, tiene la irreversible fortuna de descubrir extravíos y desorientaciones que no son más que el producto de la osadía; a veces, de una osadía meditada. Y todo arrojo debe ser saludado. Me encuentro, así, al acecho entre la muchedumbre caótica, portadora de sus respectivas brújulas que –como advertía W. Benjamín- señalan el falso norte, con despistados como Jesús Jiménez, Pilar Peris, Cristina Járboles (¿dónde se ha metido?), Miguel Ángel Ortiz, Ricardo Díez, David González… Hoy me he topado con otro: Ángel Sobreviela, portador de una carta densa, extensa, como las que antes se escribían, por ejemplo, los regeneracionistas, y esa carta, con ser arriesgadamente personal, tiene a todos como destinatarios. Un mundo cuya mediación informativa narra los hechos en directo, no ha impedido que desaparezca la épica -cuyo género había sido condenado a la obsolescencia- ni el juglar Sobreviela, como no impidió, en su momento, que capitulara Martínez Mesanza en su Europa ni (advertía que iba a ser impertinentemente petulante) que lo hiciera mi épico He roto el mar. Insistiré: épica que se narra en un plural mayestático y en una primera persona heroica, nada de concesiones al él. Sobreviela asume el riesgo de autoafirmarse poéticamente, de ser y de existir en un paisaje con torres (¡cuánto habrían dicho Nerval y Nietzsche sobre esta torre imaginada!) como ergástulo de una vitalidad irreductible; un paisaje cercano, doméstico, con muebles y objetos sutilmente dispuestos como en una novela realista, o un paisaje donde arder los prados (es ésta metáfora inconclusa) a base de incendios corazonadores en los que la imagen cobra vida para ser interpretada; y con castillos sobre los que Mandiargues habría echado sus redes exegéticas. Es verdad que Sobreviela toma una distancia cultista, pero es éste un rasgo consciente que le otorga personalidad estilística y es, pese al esfuerzo que exige su lectura (compensado siempre que el lector se acerque a sus páginas con el mismo atrevimiento que el autor), la fuerza nuclear del texto. Una fuerza centrífuga, pues, desde ese yo incuestionablemente lírico, inunda de referencias, de símbolos riquísimos, de alegorías concertantes, un  ámbito habitable que los impulsos de aquel corazón en apariencia distante, mueve fundado en su mejor imagen: el pedernal que apenas golpeado transmútase en fuego y, de fuego, en luz. Tiene mucho que ver el corazón en esta Epístola reñida con la razón; mucho que ver los sentidos como medio de conocimiento (éste es uno de sus fines) en contra de un conocimiento asentado en la pura experimentación y que se opone al azar de Sobreviela. Epístola desde Cimeria (que bien pudo haber sido escrita desde Camelot o Ulan Bator) va precedida de un preámbulo que yo no habría incluido para no quitar expectación a la lectura, pero bueno, ahí está como no gratuita síntesis referencial que luego, claro, sólo se cumple a medias en la lectura (al principio y al final), aunque sí se cumpla en el indirecto diseño de una geografía, un espacio necesario construido de otros espacios a través de nombres comunes, genéricos, una toponimia que cita sólo el y los paisajes exentos de propiedad nominal. Y por mucho que alienten en el texto los modelos góticos, son esas geografías el medio de su simulación, espacio otra vez de tránsito, de viaje en busca de un saber que dé sentido a la búsqueda, y regreso como fatum odiséico que da con los huesos del héroe frente al fanum de un templo personal. Pero por qué no también el regreso de Breogán, o el de McLir por los mares oscuros, o los de las sagas germánicas firmes en busca de su destino porque así les era dictado por el derecho natural. Así se fundó Rejkjavik. También Grendel regresó al país de Beowulf y -al igual que el “Replicante” de Blade Runner hizo con Harrison Ford- salvó al enemigo derrotado con su último aliento vital. Sí –y respondo así a una de las preguntas finales del héroe sobrevielano-: la derrota es el único rescate del honor. “Si lo he perdido todo, ya soy un ganador”, habría dicho Ángel Guinda. En ambos principios morales se funda la autenticidad de la épica inmersa en un baño de ontología (otras soluciones pertenecerían al ámbito del cómic). Creo que de este modo se explica la alegoría final que guarda los valores del Galahot de Sobreviela: un corazón no sólo del amor, sino de otras muchas certidumbres prendido.

~ por forega en septiembre 16, 2009.

Una respuesta to “Ángel Sobreviela: «Epístola desde Cimeria»”

  1. estimado ángel sobreviela, soy (David Roxá). si te es posible, hazme llagar tu email a herranzda@yahoo.com debo enviarte una carta acerca de un conocido común y me preocupa poner en riesgo cierta información privada. gracias.

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